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En la entrada pasada (véase Top Gear) mencionábamos las diversas reacciones de algunos mexicanos ante los insultos vertidos en el programa Top Gear emitido por la BBC de Londres.
Entre otras cosas comentábamos la actitud de algunos al defender los insultos que plácidamente salían de las bocas de los bufones de Top Gear (también ya explicamos por qué nos dirigimos a ellos con ese calificativo).
De lo que no hablamos fue de la carta del embajador Medina Mora, en donde solicita una disculpa pública por los insultos cometidos. Tan sólo hicimos un breve comentario respecto a la ingenuidad de los productores de Top Gear al pensar que no habría protestas por sus palabras, más cuando aludieron directamente al embajador; la reacción del hombre era lógica vaya.
Ahora bien, ya mencionamos con anterioridad que como mexicanos no podemos aplaudir los insultos de otros. Deberíamos a final de cuentas ser solidarios con nuestros compatriotas y buscar siempre el respeto, esto no quita que en nuestro país también se insulte y sea uno de los países con mayor discriminación en muchas esferas. Ese particularmente es un defecto que debemos corregir.
Bien, desde mi humilde opinión la reacción de Medina Mora era de esperarse, si sobre reaccionó o no ese pudiera ser otro tema; pero el hecho es que dado que se le aludió directamente en un programa con una audiencia que sobrepasa el millón de televidentes, el hombre no se iba a quedar sin decir nada. Cosa a parte es la importancia que se le ha dado al hecho en los medios de comunicación a nivel nacional.
Bien, sobre estos temas hay una entrada de un blog que quisiera compartir con ustedes. Se titula "Graves ofensas nacionales" y en ella se hace una crítica respecto a la diplomacia mexicana y la discriminación en México, muy acertada por cierto. Es como el otro lado de la moneda en cuanto a este caso de los insultos de Top Gear:
Graves ofensas nacionales
Es dado al hombre, señor, atacar los derechos ajenos, apoderarse de sus bienes, atentar contra la vida de los que defienden su nacionalidad, hacer de sus virtudes un crimen y de los vicios una virtud; pero hay una cosa que está fuera del alcance de la perversidad, y es el fallo tremendo de la historia. Ella nos juzgará.
Benito Juárez, 1864.
Alguna vez indagué acerca de la labor diplomática de México, la cual con orgullo puede decirse que, a pesar de las innegables fallas del sistema político, era el aspecto más rescatable del régimen. México fue modelo y punto de referencia en el concierto de las naciones para la defensa del derecho internacional y de las causas de los países oprimidos. Desde las Conferencias de Tacubaya en 1828 para apoyar en la integración latinoamericana hasta la firma de los Acuerdos de Chapultepec, para poner fin a la sangrienta guerra civil de El Salvador a principios de los años noventa. Entre esos episodios hay otros memorables, principalmente llevados a cabo por los diplomáticos del presidente Lázaro Cárdenas ante la Sociedad de las Naciones o en el frente de la defensa del régimen republicano en la Guerra Civil Española o más aún, en la Francia ocupada y en el gobierno títere de Vichy en la Segunda Guerra Mundial. A nombres de grandes diplomáticos como Genaro Estrada, Adalberto Tejeda, Luis I. Rodríguez, Gilberto Bosques, por mencionar algunos, se unen los de grandes figuras de la intelectualidad como Narciso Bassols, Daniel Cosío Villegas, Alfonso Reyes y Octavio Paz. Esto da una idea del peso que anteriormente se le asignaba a las relaciones exteriores del país.
Con la llegada del “cambio” en el 2000, el papel de México en la diplomacia se ha mermando alarmantemente: un impresentable canciller como lo fue el junior y comentarista de radio Jorge Castañeda no tardó en emponzoñar la diplomacia con países cuyo sistema de gobierno, al margen de toda crítica merecida o inmerecida, era opuesto ideológicamente al del flamante foxismo contraviniendo con ello el principio básico de la diplomacia mexicana: la Doctrina Estrada:
México no se pronuncia en el sentido de otorgar reconocimiento, porque considera que ésta es una práctica denigrante que, sobre herir la soberanía de las naciones, coloca a éstas en el caso de que sus asuntos interiores puedan ser calificados en cualquier sentido, por otros gobiernos, quienes de hecho asumen una actitud de crítica al decidir, favorable o desfavorablemente, sobre la capacidad legal de regímenes extranjeros.
En consecuencia, el gobierno de México se limita a mantener o retirar, cuando lo crea procedente, a sus agentes diplomáticos y a continuar aceptando, cuando también lo considere procedente, a los similares agentes diplomáticos que las naciones respectivas tengan acreditados en México, sin calificar, ni precipitadamente ni a posteriori, el derecho que tengan las naciones extranjeras para aceptar, mantener o substituir a sus gobiernos o autoridades.
Si bien es verdad que el nombramiento de embajadores constituye a lo interno una forma de aplicar el principio de “congeladora política” o bien, de “jaula de oro” a personajes incómodos, y que dicha práctica no es reciente, sino que, por el contrario, correspondió a la forma de allanar el camino del General Cárdenas para la consolidación del presidencialismo al retirar del país a sus contrincantes políticos o personas no del todo afectas (como el propio Narciso Bassols, Manuel Pérez Treviño o Adalberto Tejeda), la función que todos ellos desempeñaron no fue para nada decorativa y mucho menos hostil al régimen, sino que su labor enalteció el nombre de la política exterior mexicana. Hombres de toda probidad intelectual y moral como Cosío Villegas, Reyes o Paz también dejaron honda huella, no sólo por la integridad de sus labores, sino por las aportaciones humanitarias y ejemplos de coherencia personal a los principios fundamentales de la defensa de la humanidad.
Lejos están ahora los representantes diplomáticos de llegarle a los talones si quiera a aquellos grandes próceres. Lejos están de un Gonzalo Martínez Corbalá, embajador de México en Chile al momento de golpe de estado de Pinochet, quien dio asilo en la embajada a cuantos perseguidos fue posible y los ayudó a partir al exilio. Lejos están también de Don Fernando Gamboa, quien durante el violento episodio del Bogotazo (9 de abril de 1948, jornada de violencia por el asesinato del presidente colombiano Jorge Eliécer Gaitán) corriendo por las calles, entre explosiones y disparos, envuelto en la bandera mexicana, rescató las obras de arte mexicano expuestas temporalmente en Bogotá trasladándolas como pudo a la embajada mexicana.
Hoy, los embajadores difícilmente muestran apego alguno por el honor que supuestamente debe representar la labor diplomática: son, como se mencionó, funcionarios incómodos y ociosos a los cuales hay que entretener un rato en lo que sus desaciertos o incapacidades se olvidan por parte de la opinión pública. Su presencia es nula y sólo aparecen enarbolando la defensa de los símbolos nacionales cuando algún fenómeno mediático hace mofa de ellos. Ya sucedió en el caso de la publicidad de Burger King en España cuando la hamburguesa estilo mexicano (sic) se anunció con un enano ataviado de luchador y con un sarape de de la bandera mexicana, ello en contraste con la de estilo texano que era anunciada por un alto, esbelto y apuesto vaquero. El embajador Jorge Zermeño, candidato derrotado a la gubernatura de Coahuila por su partido (el inefable pan), y quien fuese efímero presidente de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, pronto elevó las más airadas protestas por dicha publicidad sin que la empresa en cuestión retirara las imágenes.
No obstante que en España hubo casos sonados de estudiantes mexicanos que solicitaban apoyo de la embajada ante ciertos abusos de la autoridad española o bien, víctimas de conflictos jurídicos ajenos a ellos. El embajador mexicano brilló por su asuencia.
Hoy, los comentarios xenófobos de un programa de entretenimiento inglés han levantado nuevamente polémica en el ámbito diplomático. El embajador Eduardo Medina Mora, efímero y poco eficiente Procurador General de la República, protestó contra una serie de calificativos vertidos hacia los mexicanos por locutores comparables con un Facundo o un Adal Ramones, quienes no precisamente son adalides ni paradigmas de la intelectualidad mexicana. Hay un dicho que dice: “las cosas de quien vienen” y otro que es “al que le quede el saco que se lo ponga”. Pues pareciera que la medida de dicha prenda es unitalla, pues la noticia ha sido una de las más comentadas en los diarios mexicanos. Lo sorprendente es que la respuesta sea igual de visceral que lo dicho desde la ignorancia y papel representado de los locutores (bufones de la pantalla chica que suelen hacer esto constantemente): se acusa al Reino Unido de sociedad atrasada por poseer una forma de gobierno monárquica-constitucional, como si desde este pobre y endeble república se pudiera alzar el dedo acusador de las pifias democráticas. Esa “arcaica” forma de gobierno está encabezada por una reina mayoritariamente querida mientras que esta moderna república federal, democrática y representativa (sic) está encabezada por el peor ser jamás habido.
¿Cuál es el tamaño de nuestro criterio? ¿Somos acaso como país el ejemplo de respeto a la diversidad cultural? En nuestro vocabulario las mujeres son las viejas, los homosexuales son los putos, en nuestros chistes los pendejos son los gallegos, los centroamericanos son masacrados en territorio mexicano en su intento de llegar a Estados Unidos. Los mexicanos en ese país hacen los trabajos que ni los negros quieren hacer, las mujeres son oficialmente lavadoras de dos patas y nos engañan como a viles chinos. Los jóvenes masacrados en Ciudad Juárez son pandilleros, las familias asesinadas en la carretera por los retenes militares son sicarios.
Todos estos son los elementos de la nueva concepción de la diplomacia y de la vida civil en el México del “cambio” y donde se puede “Vivir Mejor”, así que lo que menos me interesa es que unos bufones de la tele inglesa digan que yo, como todos mis compatriotas, soy güevón, me echo pedos y a todo le pongo queso.
¿Y a ti?
Fuente: http://losmaderosdesanjuan.wordpress.com/
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